domingo, marzo 25, 2007

DE LA FORTUNA

Me acerco a un transeúnte y le digo: habla para que yo reconozca tu fortuna. Me mira aturdido por encima de sus pensamientos diarios, y me saluda con un hola telefónico.

Aún ensimismado parece victima de la fortuna, como todos los hombres, porque “No hay hombre que no espere que la fortuna lo visite alguna vez en la vida”, y todos parecen condenados a esperar en la fila de las victimas. Y no se ven más filas. Mi transeúnte deja de existir entre la muchedumbre que lo absorbe.

Y pienso que así como la fortuna es un invento del hombre para pasar la vida tras de su sombra, así la filosofía de esperarla es una carrera a la que el 98 % de la población aspira, no así el otro 2 % que se dedica a lisonjearla y a contarla en sus cajas fuertes de dinero y ambición.

Es fácil llegar a creer que la fortuna fue inventada por unos pocos que se querían aprovechar de los más, y si no lo han conseguido por lo menos les quedó el pecado. Y nosotros los podemos reconocer en monumentos faraónicos tales como pirámides o terracotas fríos.

La fortuna debería ser como la muerte que no exceptúa a nadie, o quizás como el sarampión, para el cual se inventó una vacuna, que hoy reparten gratuita por doquier. Pero la fortuna no es hija de la naturaleza, es un dios del hombre, y por tanto no cumple sus leyes inexorables.

Desde el punto de vista táctico, se puede decir que la fortuna es nuestro temor, y parece el precio que se ha de pagar por no tocarla. Sin embargo, nadie tiene el valor de patearla, a no ser que lo haga por descuido.

Entretanto la indolencia de no reconocerla, es una artesanía que nos permite sentir toda la intensidad de la fortuna, cuando ésta ha dejado nuestros aposentos. Los mejores artesanos son nuestros transeúntes de todas las tardes, que regresan sin temor del día que expira sin fortuna. Seguirán esperando su regreso, en la noche que llega.

La fortuna, si es que pasa, nunca permanece, porque está dada en cuantos (quantum) de tiempo, y aún no inventamos un cofre para guardar los cuantos. Ni lo inventaremos, son cosas de la fortuna.

Aquí entre nos, la fortuna yace inmersa en nuestros pensamientos más recónditos, en cada nuevo día que vivimos, en nuestro ser querido que nos da los buenos días, en cada minuto que pasa, y no la valoramos por estar perdidos en las cuentas de lo porvenir, desflorando margaritas.

La fortuna, está aquí, ¡es el día de hoy!, señores..