miércoles, enero 04, 2006

ESCOLIOS DE DON VALE A LOS ESCOLIOS DE DON NICOLÁS ( 2a. PARTE)

En un primer escolio, empieza Don Nicolás por decir: “En las tinieblas del mal la inteligencia es el postrer reflejo de Dios, el reflejo que nos persigue con porfía, el reflejo que no se extingue sino en la última frontera.”

Y siento que las tinieblas aceleraron la creación de Dios, no importa que su nacimiento fuera el postrer.
En el hombre cohabitó el grupo dinámico: Dios y el Mal. Y sintiose perseguido por los dos bienes terrenales, sin porfía y con porfía.
Hoy el hombre intenta mantenerlos a los dos, lejos de las fronteras.

Algún día las anécdotas girarán entorno a su existencia. Por ahora sufrimos o gozamos su persecución en las fronteras. ……La última frontera es eso, Don Nicolás, la última tiniebla, después nada, no hay más, como cuando nuestro bolsillo está vacío hasta de tinieblas.


En un segundo escolio Don Nicolás se queja: “Los profesionales de la veneración al hombre se creen autorizados a desdeñar al prójimo. La defensa de la dignidad humana les permite ser patanes con el vecino.”

Y aseguro que hombre y prójimo parecen dos regalos de la naturaleza para ser manejados a nuestro arbitrio.
Nos molesta ser lo uno y no lo otro. Quizá aceptamos cualquier otra forma de desatención, menos esa que nos encara con nosotros mismos.

A riesgo de no ser nosotros, nos urge la necesidad de ver a los demás y que nos vean a nosotros mismos. El hombre es la propia telenovela de los demás.

Nos desanima ver nuestro ego por ahí pisoteado, por cualquier hijo de vecino. Parece que aceptamos mejor la misma situación si quien pisotea es un reconocido hijo de vecino.


En un tercer escolio Don Nicolás parece barruntar lo siguiente: “No conozco pecado que no sea, para el alma noble, su propio castigo.”

Estoy ad portas de hacer un canto de sirena al pecado digno del alma noble, en tanto que el alma noble siga engrosando la larga lista de desadaptados.

No se puede vivir con la atención pegada a los dos campos de batalla: pecado y nobleza, sin pecar por la paga.
Y por favor, el castigo no es ningún premio seco. O se peca por las malas o se castiga por las buenas, pero eso de seguir pecando a costa de confesiones de arrepentimiento de paso, solo es producto de mentes afiebradas que sólo desean seguir abonando el terreno de los aforismos.

Los aforismos son la profesión natural de los que se valen de la letra muerta para cobrar en letras vivas los pecados de los nobles y los innobles.


Y en un cuarto escolio, Don Nicolás se confiesa: “Triste como una biografía.”

Desde mucho antes de las épocas del caballero de la triste figura hasta el mañana, las biografías sólo son tristes para quien las lee. Quien las escribe logra con su amañada confesión enderezar los alrevesados puntos de vista de sus contemporáneos, y salpicar de mentirillas su confesión abrillantada.

Las únicas biografías que no son tristes, son las que se dejan de escribir. Le ahorran la tristeza al porvenir.
Un día habrá tantas biografías para leer, que no habrá tiempo de escribir una más. ¡ Por eso están tristes las biografías ¡.


En un quinto escolio, Don Nicolás desgaja una de sus luchas: “La lucha contra el desorden es más noble que el orden mismo”.

El orden como la divinidad no existen, son cosas de los hombres. Cuando el hombre aceptó el triunfo del CAOS, inventó el ORDEN. La mayor nobleza del hombre fue darle estatus a la ficción: el ORDEN.

Así como el hombre sólo hace parte del mundo visible, asimismo a medida que el hombre ensancha su horizonte, más se acostumbra a la inmensidad del CAOS.

No se luche contra el desorden, porque estaríamos en la tarea de cambiar la rotación de la tierra, y las estrellas. Aceptemos con nobleza el orden del caos.

Don Nicolás hablaba de un desorden más mitológico, el del escritorio.


En un sexto escolio, Don Nicolás confiesa: “ El hombre dueño de sí mismo no es tan magnánimo como el que reprime la insurrección de su alma”.

En este mundo de propietarios fallidos, al menos adueñarse de uno mismo es un precioso botín, quizás el más preciado, quizás el que está mas cerca de nosotros.

Todo lo que es nuestro, ya es susceptible de reprensión.

Sólo hay magnanimidad cuando no existe propiedad. Por eso todo el mundo quiere ser magnánimo con lo que no tiene. El mayor ejemplo de magnanimidad está en los sacerdotes de todos los credos y religiones, ellos ofrecen con largueza una propiedad celestial.

La única insurrección permisible es la universal, la que le enseña a cada individuo que no existe cuando ya no exista. ¡Magnanimidad tardía¡, diría yo. El universo siempre se sale con lo suyo, mientras nosotros siempre saldremos con las manos vacías.


En un séptimo escolio, Don Nicolás deja entrever un latido: “El más hondo silencio es el de una muchedumbre aterrada”

Los más hondos silencios son oscuros, sin voz ni voto, son los silencios de la inmensidad. El mar es el ejemplo clásico de muchedumbres. ¡Clama en silencio ante unos oídos que no le pueden ver y frente a unos ojos que no le pueden perdonar¡.

Los peces marinos observan aterrados el silencio del hombre que en muchedumbre clama su nudo gordiano. Para los animales somos unos animales incomprensibles.

Las muchedumbres aterradas fueron de ficción hasta el advenimiento de la televisión. Hoy apreciamos aterrados su silencio congelado. ¡Quizá aprendamos de su gélida lección¡.

Por lo menos el hombre cuenta hoy con aparatos que le permiten medir la profundidad del silencio.

Don Nicolás destapó con su frase un grito inconmensurable, y logró creer que no hay más territorios más allá del más hondo silencio: la muchedumbre de silencio.

Sí, Don Nicolás, más allá del silencio hay otro silencio, el silencio alborotado del silencio. ¡El universo está por descubrir la otra faceta del silencio: la muchedumbre del silencio¡.

Por ahora, y por hoy, el silencio más triste es el del nudo en la garganta. Falta por esculpir el discóbolo de la muchedumbre de los nudos.

Y en un octavo escolio, su faceta de pedagogo: “Educar no consiste en colaborar al libre desarrollo del individuo, sino en apelar a lo que todos tienen decente contra lo que todos tienen de perverso.”

En el ser humano todo es perverso, lo contrario significaría que nunca hubiera necesitado educarse. El libre desarrollo del individuo ha traído al mundo un nuevo hombre, un nuevo orden, un enfermo nuevo, que ha requerido rebuscadas fórmulas para combatir el engendro creado.

Cada vez que educamos estamos creando nuevas criaturas, cultivando en la naturaleza nuevas formas de destrucción.. Es de las pocas veces que nos hacemos creadores. ¡Al fin nos sentimos Dios y procreamos con la libertad de la inconsciencia ¡.

La educación logra destruir la decencia genética que el individuo trae cuando llega al mundo. Después, el hombre se vuelve desconocido para sí mismo y para el mundo. Y actúa de conformidad.

Nunca somos menos hombres que cuando la educación nos honra con sus abrumadores homenajes, ya sea en aplausos ya sea en títulos de renombres creativos. Anula la memoria remanente guardada en el único chip sobreviviente.

El hombre moderno aprendió lo extraordinario: rompió la barrera de la vida con el sésamo de la posteridad y prefirió el futuro cuando se dio cuenta que lo suyo no era ni siquiera el presente.


Y en un noveno escolio, Don Nicolás sienta cátedra cuando sostiene: “Los verdaderos problemas no tienen solución sino historia.”

Y digo que los problemas que no tienen solución son historia en la agenda del hombre del pasado y del hombre actual. Para el hombre del futuro no existen. La historia nunca se escribió de adelante para atrás.

Resta por entender qué son los problemas, y más aún cuales son los verdaderos problemas. Y el hombre confundió los problemas, y en esa confusión de definiciones perdió la brújula, y sintió la oscuridad, y sobrevino el pánico, y éste no viene solo, viene con historia.

El hombre fácilmente ha enrutado su malestar por el camino de los problemas, donde el pensamiento le descorrige la realidad. Y llamó su estado de aflicción verdaderos problemas, mientras se dedicaba a escribir su historia. Todo lo que el hombre escribe es historia.

Los verdaderos problemas no tienen historia, Don Nicolás, están por solucionarse, y así están por escribirse, no por leerse.