lunes, septiembre 27, 2004

Valentin en respuestas

Me preguntáis, a quien debo atender primero, si a los jóvenes o a los mayores.

Y yo os pregunto, del mismo modo, ¿ atenderles en qué actividades ? Porque en algunas cosas los jóvenes merecen atención primaria, pero hay otras en que los mayores se llevan las palmas.

Si la atención que se discute tiene que ver con la parte alimentaria o de recreación o de estudio, o de restricción de derechos, prefieran a los jóvenes que a los mayores, porque su sobrevivencia y permanencia en el espacio les ocupara mayor duración en el tiempo y los jóvenes son los que tienen el reloj de tiempo en el bolsillo, para los mayores en cambio el reloj se volvió recreativo.

Pero si la atención que se discute tiene que ver con el empleo, no lo penséis dos veces, dadlo a los dos grupos, y tendréis un mundo para todos los hijos, porque si lo dais sólo a los jóvenes, estaréis extinguiendo la especie de los mayores, pero si la dais sólo a los mayores estaréis extinguiendo el mundo.


Y Valentin salió de la ciudad, hacia otras respuestas.

jueves, septiembre 23, 2004

SI ME GANO LA LOTERIA

Colombia, como todo país que se respete, cuenta entre sus métodos recreativos relativamente baratos con uno que es clásico popular de todos los países: LA LOTERÍA.

Y cuando digo clásico, es con el rococó de uso permanente de todo país que se respete, y que utiliza este medio de sorteos para repartir sobre un pobre entre tanto pobre arrejuntado un bono de felicidad fugaz.

Y Colombia cuenta con uno especial para hacer soñar, y para empobrecer hasta el cansancio al más pertinaz de sus jugadores: EL BALOTO.

La mecánica del juego en sí, es elemental, con el clasicismo dado por el primer baloto de la historia, como fue el juego del cara y sello, con la diferencia que el actual, cuenta con solo 45 monedas, con cara y cara por los dos lados.

Pero mi cuento viene, para la fecha próxima, cuando finalmente me gane el BALOTO. Y ese día, no correré a cobrar como todo jugador compulsivo haría, ni me levantaré mas temprano que todos los días, sino que desde mi lecho de descanso llamaré directamente a las oficinas de Baloto, y con voz pausada preguntaré quedamente: “señorita, cuanto tiempo tiene un ganador de un premio de Baloto para cobrar su premio ?”

Y con calendario en mano, haré la cuenta de los 30 días a que tiene derecho todo ganador, y sólo hasta el último día en su última hora, caminaré tranquilo a cobrar ese premio que toda la vida me fue tan esquivo.

¡Qué espere por mí, carajo, aun cuando sea 30 días, que yo espere por el toda la vida¡

domingo, septiembre 19, 2004

Apuntaciones al HOMBRE MEDIOCRE, de José Ingenieros

Individualmente considerada, la MEDIOCRIDAD puede definirse como una ausencia de características personales que permitan distinguir al individuo en su sociedad. Esta ofrece a todos un mismo paquete de rutinas, prejuicios y domesticidades: Basta reunir mil individuos para que ellos coincidan en lo impersonal.

La personalidad individual comienza en el punto preciso donde cada uno se diferencia de los demás. Por ese motivo, al clasificar los caracteres humanos, se ha comprendido la necesidad de separar a los que carecen de rasgos característicos: productos casuales del medio, de las circunstancias, de la educación que se les suministra, de las personas que los tutelan, de las cosas que los rodean. "INDIFERENTES", ha llamado Ribbot a los que viven sin que se advierta su existencia.

Estos INDIFERENTES cruzan el mundo a hurtadillas, temerosos de que alguien pueda reprocharles esa osadía de existir en vano, como contrabandistas de la vida. Y lo son.
La vida vale por el uso que de ella hacemos, por las obras que realizamos. No ha vivido más el que cuenta más años, sino el que ha sentido mejor un ideal: las canas denuncian la vejez, pero no dicen cuanta juventud la precedió.

Si observamos cualquier sociedad humana, el valor de sus componentes resulta siempre relativo al conjunto: el hombre es un valor social.

Cada individuo es el producto de dos factores: la herencia y la educación. La primera tiende a proveerle de los órganos y las funciones mentales que le transmiten las generaciones precedentes; la segunda es el resultado de las múltiples influencias del medio social en que el individuo está obligado a vivir. Esta acción educativa es, por consiguiente, una adaptación de las tendencias hereditarias a la mentalidad colectiva: una continua aclimatación del individuo en la sociedad.

La IMITACIÓN desempeña un papel amplísimo, casi exclusivo, en la formación de la personalidad social; la INVENCIÓN produce, en cambio, las variaciones individuales. Aquella es conservadora y actúa creando hábitos; esta es evolutiva y se desarrolla mediante la imaginación. La diversa adaptación de cada individuo a su medio depende del equilibrio entre lo que imita y lo que inventa.

El predominio de la variación determina la ORIGINALIDAD. Variar es ser alguien, diferenciarse es tener un carácter propio, un penacho, grande o pequeño: emblema, al fin, de que no se vive como simple reflejo de los demás.

La función capital del hombre mediocre es la paciencia imitativa; la del hombre superior es la imaginación creadora. EL MEDIOCRE aspira a confundirse con los que le rodean: EL ORIGINAL tiende a diferenciarse de ellos. Mientras el uno se concreta a pensar con la cabeza de la sociedad, el otro aspira a pensar con la propia. En ello estriba la desconfianza que suele rodear a los caracteres originales: nada parece tan peligroso como un hombre que aspira a pensar con su cabeza.

¿La continuidad de la vida social sería posible sin esa compacta masa de hombres PURAMENTE IMITATIVOS, capaces de conservar los hábitos rutinarios que la sociedad les trasfunde mediante la educación?

El MEDIOCRE no inventa nada, no crea nada, no incita nada, no rompe nada, no engendra nada; pero, en cambio, custodia celosamente la armazón de automatismos, prejuicios y dogmas acumulados durante siglos. Su rencor con los creadores se compensa con su resistencia a los destructores. Los hombres sin ideales desempeñan en la historia humana el mismo papel que la herencia en la evolución biológica: conservan y transmiten las variaciones útiles para la continuidad del grupo social.

Su acción sería nula sin el esfuerzo fecundo de los originales, que inventan lo imitado después de ellos. Sin los MEDIOCRES no habría estabilidad en las sociedades; pero sin los SUPERIORES no puede concebirse el progreso pues la civilización sería inexplicable en una raza constituida por hombres sin iniciativa. Evolucionar es variar; solamente se varía mediante la invención.

Los hombres SUPERIORES son la minoría; pero son las levaduras de las mayorías venideras. Las rutinas defendidas hoy por los MEDIOCRES son simples glosas colectivas de ideales, concebidas ayer por hombres originales. El grueso del rebaño social va ocupando, a paso de tortuga, las posiciones atrevidamente conquistadas mucho antes por sus centinelas perdidos en la distancia; y estos ya están muy lejos cuando la masa cree asentar el paso a su retaguardia. Lo que ayer fue ideal contra una rutina, será mañana rutina, a su vez, contra otro ideal. Y así sucesivamente, porque la perfección como la naturaleza nunca se detiene.

domingo, septiembre 12, 2004

Leyenda de un Nombre

Cuando Ambrosio y Ambrosia unieron sus vidas para siempre, nunca pensaron que traer retoños a la vida les fuera a cambiar la vida.

Y el cambio nada tenía que ver con la situación económica, ni con la mayor o menor estreches en los espacios de su vivienda, ni con el cambio que operaría en su trajinar diario desde el punto de vista de la alimentación, la manera de diversificar sus gustos de la mañana y de la tarde, y ni siquiera con los horarios para ver televisión.

El cambio se dio aquel once de septiembre cuando Ambrosia supo que una nueva vida germinaba en su organismo, y sin dilatar el secreto, de esos secretos que sólo las mujeres manejan y saben y sienten, llamó a Ambrosio al celular y le soltó la noticia: “somos padres, mi amor”.

Afortunadamente Ambrosio estaba sentado en las impecables sillas naranjas del transmilenio, y en medio del racimo humano que lo embargaba y lo estrechaba como en un abrazo de felicitación, pudo escuchar la buena nueva. Iba a ser padre, padre primerizo, padre en ciernes, padre de una criatura que a esta hora se bamboleaba entre las interioridades más intimas de Ambrosia.

Y entonces le pareció entender lo que era ser padre, y su primer impulso fue darse a la tarea de buscarle un nombre, si, de hacerle un nombre, de rebuscar un nombre que dijera todo lo que había llevado dentro desde el momento de su unión libre con Ambrosia cuando soñaba su ADN diversificado y catapultado al universo, en una multiplicación de sus genes hasta los siglos de los siglos.

Y no llevaría su nombre, Ambrosio, un nombre que poco le decía al común, un nombre que entre sus letras pergeñaba más bien una malsana tendencia mundial como era el hambre, un nombre aplicado como sin distinción y sin tradición histórica; no, tenía que ser un nombre de varón sobreviviente a las grandes ideologías y a las grandes gestas de la historia, la literatura y la filosofía.

Una vez llegado a casa, corriendo a lo que pudo para tenerle otra gran noticia a Ambrosia, se internó entre los rigores del ciberespacio, y sondeó e investigó todos los nombres de los grandes próceres de la historia, y repasó los grandes pensadores, y se complació en todos los nombres de escritores famosos, y cabalgó en la grupa de los grandes legionarios, y los escribió todos, y los repasó todos, y los confrontó con cifras estadísticas de tamaño y grandeza, y entonces supo desde dentro de sus entrañas de padre que sólo quiere lo mejor para su hijo, un nombre que la historia había repetido incansable y sin apresuramiento, y que siempre significó para la historia prestigio y gloria.

En la noche, cuando Ambrosia cruzó el umbral de la puerta de su apartamento, cansada por el largo trajín del día, Ambrosio se le colgó al cuello, la abrazó, le estampó el beso nocturno al cual la tenía acostumbrada desde todas las tardes de su primera luna de miel, y le dijo casi sin respirar: “ya tengo el nombre para nuestro hijo, se llamará ANONIMO