
Cuando me llamaron, muy temprano para desearme felicidades por mis 53 abriles, no pude menos que decirles:
"Gracias, me siento como de CIEN".
Más de uno al otro lado del teléfono, sintió el peso de su edad. Olvidaron que soy inmortal. Lo único que recordarán a partir de hoy, es que la mía es una inmortalidad diaria.
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