domingo, septiembre 19, 2004

Apuntaciones al HOMBRE MEDIOCRE, de José Ingenieros

Individualmente considerada, la MEDIOCRIDAD puede definirse como una ausencia de características personales que permitan distinguir al individuo en su sociedad. Esta ofrece a todos un mismo paquete de rutinas, prejuicios y domesticidades: Basta reunir mil individuos para que ellos coincidan en lo impersonal.

La personalidad individual comienza en el punto preciso donde cada uno se diferencia de los demás. Por ese motivo, al clasificar los caracteres humanos, se ha comprendido la necesidad de separar a los que carecen de rasgos característicos: productos casuales del medio, de las circunstancias, de la educación que se les suministra, de las personas que los tutelan, de las cosas que los rodean. "INDIFERENTES", ha llamado Ribbot a los que viven sin que se advierta su existencia.

Estos INDIFERENTES cruzan el mundo a hurtadillas, temerosos de que alguien pueda reprocharles esa osadía de existir en vano, como contrabandistas de la vida. Y lo son.
La vida vale por el uso que de ella hacemos, por las obras que realizamos. No ha vivido más el que cuenta más años, sino el que ha sentido mejor un ideal: las canas denuncian la vejez, pero no dicen cuanta juventud la precedió.

Si observamos cualquier sociedad humana, el valor de sus componentes resulta siempre relativo al conjunto: el hombre es un valor social.

Cada individuo es el producto de dos factores: la herencia y la educación. La primera tiende a proveerle de los órganos y las funciones mentales que le transmiten las generaciones precedentes; la segunda es el resultado de las múltiples influencias del medio social en que el individuo está obligado a vivir. Esta acción educativa es, por consiguiente, una adaptación de las tendencias hereditarias a la mentalidad colectiva: una continua aclimatación del individuo en la sociedad.

La IMITACIÓN desempeña un papel amplísimo, casi exclusivo, en la formación de la personalidad social; la INVENCIÓN produce, en cambio, las variaciones individuales. Aquella es conservadora y actúa creando hábitos; esta es evolutiva y se desarrolla mediante la imaginación. La diversa adaptación de cada individuo a su medio depende del equilibrio entre lo que imita y lo que inventa.

El predominio de la variación determina la ORIGINALIDAD. Variar es ser alguien, diferenciarse es tener un carácter propio, un penacho, grande o pequeño: emblema, al fin, de que no se vive como simple reflejo de los demás.

La función capital del hombre mediocre es la paciencia imitativa; la del hombre superior es la imaginación creadora. EL MEDIOCRE aspira a confundirse con los que le rodean: EL ORIGINAL tiende a diferenciarse de ellos. Mientras el uno se concreta a pensar con la cabeza de la sociedad, el otro aspira a pensar con la propia. En ello estriba la desconfianza que suele rodear a los caracteres originales: nada parece tan peligroso como un hombre que aspira a pensar con su cabeza.

¿La continuidad de la vida social sería posible sin esa compacta masa de hombres PURAMENTE IMITATIVOS, capaces de conservar los hábitos rutinarios que la sociedad les trasfunde mediante la educación?

El MEDIOCRE no inventa nada, no crea nada, no incita nada, no rompe nada, no engendra nada; pero, en cambio, custodia celosamente la armazón de automatismos, prejuicios y dogmas acumulados durante siglos. Su rencor con los creadores se compensa con su resistencia a los destructores. Los hombres sin ideales desempeñan en la historia humana el mismo papel que la herencia en la evolución biológica: conservan y transmiten las variaciones útiles para la continuidad del grupo social.

Su acción sería nula sin el esfuerzo fecundo de los originales, que inventan lo imitado después de ellos. Sin los MEDIOCRES no habría estabilidad en las sociedades; pero sin los SUPERIORES no puede concebirse el progreso pues la civilización sería inexplicable en una raza constituida por hombres sin iniciativa. Evolucionar es variar; solamente se varía mediante la invención.

Los hombres SUPERIORES son la minoría; pero son las levaduras de las mayorías venideras. Las rutinas defendidas hoy por los MEDIOCRES son simples glosas colectivas de ideales, concebidas ayer por hombres originales. El grueso del rebaño social va ocupando, a paso de tortuga, las posiciones atrevidamente conquistadas mucho antes por sus centinelas perdidos en la distancia; y estos ya están muy lejos cuando la masa cree asentar el paso a su retaguardia. Lo que ayer fue ideal contra una rutina, será mañana rutina, a su vez, contra otro ideal. Y así sucesivamente, porque la perfección como la naturaleza nunca se detiene.

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