miércoles, junio 09, 2004

UN LUNAR DE 30 MINUTOS



Después de 122 años, Venus será portada de periódicos para habitantes de todo el mundo, cuando por unos cuantos minutos eclipse al sol en corpúsculos de oscuridad que parecerán lunares para habitantes de Europa, Asia, América y Oceanía. Aun cuando para algunos intelectuales el hecho sea de poca significación científica, los amantes de los fenómenos celestes nos gozamos el espectáculo, porque su revelación se presenta una vez en la vida de los habitantes de la tierra. Para los terrícolas de carne y hueso que aún asistimos a clases de geografía, historia y astronomía, este suceso nos atrae con la misma ansiedad que una película de ciencia ficción.

Venus nunca ha dejado de interesarnos, por tratarse de un planeta de mucha similitud con la tierra, no solamente en su volumetría de 0.82 el volumen de la tierra, sino también por su año venusino igual a 243 días.

Sin embargo, con los estudios y los documentales de televisión, encontramos que la famosa similitud no existió sino en la mente afiebrada de las generaciones preocupadas por encontrar vida extraterrestre, y así hablaron de los mercurianos, de los venusianos, de los marcianos, de los ioianos, etc., y entonces hubo que aceptar que Venus, más allá de su parecido físico, tenía unos componentes interiores totalmente contrapuestos a los terrícolas, desde su atmósfera cargada de gas carbónico, su presión interior de 92 atmósferas capas de aplastar un edificio de 50 pisos, y su carencia total de campo magnético. Al final de cuentas, lo poco que quedaba de similitud se limitaba a su aspecto físico observable a distancia.

Entonces, nos quedan para la imaginación aspectos distintos a los mencionados, que llenen nuestra imaginación tan dada a los entretenimientos, y reseñamos como un espectáculo la mínima sombra que su localización eclipsante propone a las generaciones del siglo 21. Y asistimos, y vimos, y disfrutamos del paso raudo del planeta entre el sol y la tierra, en un pasatiempo que atrajo miles de telescopios dirigidos al unísono contra el sol, y que no se perdieron ni un minuto de los treinta que duró el paso sosegado del planeta por cara madrugadora de la tierra.

Y Colombia se preparó periodísticamente y radialmente y estudiantilmente, para en la mañana del 8 de junio, por entre las portezuelas de los buses y los ventanales de los transmilenios, ver al lucero de la mañana promoviendo una sombra de lunar sobre la cara afeitada del sol.

Y pasaron los treinta minutos de la travesía del planeta, y las nubes hicieron su fiesta venusina, porque el cielo no descorrió su velo, y una pertinaz lluvia cerro el horario de la visibilidad. Entonces, asistimos a su corrimiento, a través de las pantallas de televisión, horas después cuando ya retornamos a nuestros hogares con nuestras loncheras vacías.

Erika Marcela Rey C. ( Colaboración en crónica )

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