lunes, octubre 11, 2004

LA APUESTA

Dario era un dromedario de gran alcurnia, que se creía el cuento de que era el dromedario más hermoso de la región, y pasaba las horas sentado sentado puliendo su giba, hasta dejarla brillante.

Un día Dario se encontró con su congénere de raza llamado Sindrome, el cual siempre miraba a Dario por encima de la giba, y no desperdiciaba la oportunidad de retarlo a las cosas más insólitas.

Y a fe que Dario había perdido con Sindrome muchas de las apuestas, y por un par de ellas estuvo a punto de perder la vida. ¡ Cuántas veces regresó de esas correrías con su pelo despeinado y la joroba andrajosa de arena y sol ¡

Pero aquella madrugada, Sindrome traía un rostro como de animal grande, y plantándose delante de Dario le espetó: “hoy quiero hacerte la propuesta más dromedaria que se me haya ocurrido, ¿ quieres oírla ?”

Y mirando a la distancia, señaló el monte Jorobado, con forma de doble pirámide en medio del desierto de la Gorgonzola, y agregó: “aquel de nosotros que sea capaz de subir al pináculo del cerro en el menor tiempo posible con la joroba del compañero, y retornar de allí antes de que el sol cruce su cenit, será el ganador, y el premio por tal proeza será quedarse por siempre con la Giba del compañero”.

Una risa nerviosa y babeante sacudió el cuerpo de Dario que no podía imaginar a alguien ganando la apuesta, y llevando después sobre su espalda dos jorobas. Si una de ellas de por sí era compleja y estorbosa, ¡ qué tal dos ¡. Estas cosas no se le habían ocurrido ni a Dios, que en medio de la magia natural de la creación, creó todas las combinaciones de animales hasta desbordar la imaginación más truculenta y caprichosa.

“Qué tal dos gibas, en lugar de una, ¡ estás loco, Sindrome ¡.”, alcanzó a decir Dario.

Y se corrió la competencia. En el interregno entre el salir el sol por el oriente y ponerse por el occidente, Dario y Sindrome se dieron a la tarea biológica de cumplir la apuesta.

A la mañana siguiente, con el rocío de la mañana, un cuadrúpedo con cierto aire de similitud con un dromedario, avanzaba cancino hacia algún desierto vecino, con paso inaplazable llevando sobre sus espaldas el premio de su apuesta.

Los escasos vecinos que lo vieron marchar, reconocieron en el animal un remoto parecido con Sindrome, y así le vociferaron, pero Sindrome ya no quiso reconocerse en tal nombre, y marchó con el sol con el sol de la tarde.

Un perdido pueblo de nómadas beduinos, en medio de arena y dunas y más arena, fue el nuevo hogar de Sindrome, que se oyó llamar en la rara lengua: CAMELLO.

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