domingo, junio 06, 2004

de un naufrago

Rompe la botella antes de ingerir el contenido escrito, te puede salvar pero también te puede proteger de algún vidrio..
UN NAUFRAGO


Qué día, como de esos que no deben ocurrir sino una vez en la vida, y que entre más rápido suceda, más rápido nos salva de la licuefacción material.

Qué día, no por lo sucedido, sino porque estaba sujeto a una agenda tan estrecha, tan milimétrica, que era fácil que todo pasará como debía pasar, pero era muy factible que todo pasara como no debía pasar.

Qué día, que ni siquiera la madrugada lo podía salvar, y ni naciendo más temprano se podía salvaguardar de la situación tirante de los minutos inclementes, que se descorrían implacables en los horarios por cumplir.

Qué día de mi culpa, porque quise volar y no pude, quise cumplir y en algo pude, pero del algo al todo, hay mucho trecho, y si a algunos les cumplí, otros, los menos responsables de tanto agite, vieron los minutos correr y no llegó el pretendido, y ahí si fue Troya.

Y llegó el día, y llegó la hora, y llegó el minuto acordado, pero aun cuando llegó todo, pero no llegó el fulano, y entonces fue cuando una furibunda llamada que parecía cortes, cruzó la décima, y corrió hacia el norte por entre la cajas y vendedores de frutas, y llegó a la quince tras de vendedores de minutos de vida al aire en otros aires y premios gordos de lotería, y siguió tras su alameda hasta una casa cerca de unicentro, y allí se coló, entre tintos y percances y dolores ajenos por resolver, y allí ganó la luz auricular en un asalto de segundos, como en la agonía del furor y de la rabia y de la insatisfacción que colma la sinrazón de una espera fallida que no se va a cumplir y la determinación tomada desde antes de llamar: no te preocupes, nos veremos después.

Dama, ni creas que el no te preocupes no me preocupa, ni pienses que el nos veremos después, así como de cajón, no es una forma cortes de torcerle el cuello a la rabia y la impotencia de lo que ocurría sin proponértelo, y que sólo tu cortesía y tus buenas maneras te impedían decir más cosas que bullían en tu fuero interno.

De verdad que no quiero justificarme en la situación que no se pudo controlar en tiempo, porque se llevó más del presupuestado, y si te digo más, hasta esa última reunión cumplí los horarios preestablecidos, pero en el último, el que marcaba la hora nona, o la hora chicha, dirás tú, en ése se salió de madre el tiempo y los contertulios se pasaron de tiempo y distancia.

Y en el entretanto, alelado a la espera de tu llamada para pedirte el asilo de minutos o de sitios menos retirados, o el tacho de una nueva localía, estabas tú con tu mundo hecho mohines y dispuesta a no jugar con el tiempo, y menos con el tuyo, y me quebraste los segundos de tu llamada de terror y de corrimiento al rojo.

Perdóname Dama, que no fue intencional, ni estuvo en mi mente llegarte tarde, ni causarte pesares, ni dolores, ni insatisfacciones, ni penalidades en tu tiempo ni en tu vida, creí factible hacer un cambio de última hora, y como no se pudo, mira lo que pasó.

Veo que pasan tantas cosas, y que se van juntando, y se revuelven con tantas otras que pasan sin pasarnos, y a pesar de nuestra buena disposición y de tu buen talante, y de mi buen talante, y te veo como molesta por tanta cosa que pasa, y me increpas con la suavidad de tu guante natural para no parecer molesta, y haces algún chiste irónico sobre lo que pasó insalvable y que te maltrata allá guardado en tu corazón de acero, y sigues sobrellevando lo que pasa y lo que no pasa, y te rebozas mujer, y entonces yo que soy malo para decirte lo que quieres oír pero no quisieras oírlo, prefiero esperar a que pase lo que pasa para verte en mejor ánimo de que me tomes por el lado amable, y sentirte mejor en tu suavidad natural que en tu sutileza agreste cuando estas molesta, y me rajas mujer, porque no sé ser cuando éstas fuera de ti.

Así mujer, pierdo el año, ése examen como con el corneta de Bolívar no lo sé contestar, y me siento irrisorio porque no sé que decirte, y aun cuando inculpable soy me siento poseso de una culpabilidad remota como de piel que no sé desdecir, y doy la media vuelta y me voy con el sol con mi culpabilidad a cuestas.

Por eso llamarte me parece como tan difícil, como del cáliz famoso del huerto más famoso, porque sé que me encuentro con una muralla fría que en monosílabos trata de cocer su frigidez, y me rajas de nuevo, porque pierdo la lucidez y el manejo y la displicencia hasta para decirte lo más profundo, y prefiero hundirme en mi mundo de fronteras descorridas y de ventanas sin goznes ni chirridos.

Perdóname mujer lo que pasó, no fue de libreto, ni en la intencionalidad, quería a pesar de las dificultades del tiempo, regalarte unos minutos de charla y sopa y seco, pero se transformaron en unos días de pesadilla y de espera incandescente.

Revisa tu corazón y tu agenda y tus sueños, pueda que de pronto quede un espacio, no importa si minúsculo, donde aún puedas y quieras guardar a una persona que sin proponérselo te causa algunos estragos como los descritos en este mensaje.
De tí, el hombre de cristal.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Estuve leyendo tu confesión naufraga, y en verdad que me causó cierta cicunstncialidad verte como medio ladeado con la situación de aquel día que analizas con el detalle del troglodita que llevas dentro. Animo, a remar, y cuidaddo con los vidrios.

tu lectora de papel virtual. Clara Mente.