jueves, agosto 19, 2004

La gran fábula de los derechos de los Animales

Cuando el ratoncillo no consiguió soportar más la persecución, como pudo se dio media vuelta e izó la pancarta que su mamá le había escondido en su bolsillo interno: “Los ratones tenemos derecho a la vida”, rezaba la pancarta, en caligrafía de madre compungida.

La acezante águila, detuvo como pudo su atropellada persecución, y entendido el mensaje del ratoncillo, se dio media vuelta, y se posó en el árbol más cercano.

La mosca adulta, adherida a la tela de la madre araña vecina, no logró hacer otra cosa que revolcarse preocupada, y cuando notó que la araña se le venía encima con su aguijón adormilante, la araña necesitó repasar sus olvidados conocimientos de lectura cuando sus ocho ocelos deletrearon en la pancarta izada: “las moscas tenemos derecho a la vida”.

La araña se dio media vuelta, corto el hilo de su madeja, y la mosca voló y voló.

Y hasta la lombriz, que ya victimizada entre el pico de un ruiseñor hambriento se sacudía con animo de liberación, optó como salvación esgrimir una pancarta que garrapateó grácil e izó aún más ligera: “las lombrices tenemos derecho a la vida”.

El ruiseñor tarareó la frase, y como pudo depositó la lombriz en el humus cálido de donde la había tomado con tanta fruición.

Y el antílope raudo con su correr olímpico, a centímetros de los incisivos del guepardo de turno, ya desfalleciente, cuando sus fuerzas estaban a punto de abandonarlo, esgrimió entre sus desamparadas astas la pancarta con su letrero de salvación: “los antílopes tenemos derecho a la vida”.

Y el guepardo frenó en seco, y como pudo se sacó la pancarta de entre los ojos, y tras releerla, conciente de los derechos de los animales, guardó su hambre para la siguiente ocasión.

Y la planta de forraja vislumbró lo que acontecía en el mundo, y como pudo, elaboró su pancarta con letras de pasto bien dispuesto, y lo enhiestó cuando la vaca hambrienta se acercó a pacer su hambre y a desmembrar su tallo. “las plantas tenemos derecho a la vida”

La vaca detuvo su impulso rumiante, y tras ojear la solicitud, acalló su hambre, y se fue a rumiar a otra parte.

Y aquel día, no hubo en todo el reino animal, un solo animal que no hubiera esgrimido la pancarta de “los animales tenemos derecho a la vida” ante el intento procaz de cualquier congénere en merendarse a un espécimen en bocadillo.

Y aquel día inolvidable, todos los animales y las plantas en santa comunión, y unidos por una idea común, se fueron todos al recinto del congreso donde se cocinaban las leyes de los hombres, a pedirle a los hombres de las leyes, que por favor derogaran la ley natural que ordenaba el derecho a la vida, “porque todos iban a morir ante el intento de todos de querer vivir”.

Y aquel día, ya olvidado, los animales recibieron de los hombres la gran lección de vida, y crearon por siempre la gran ley universal de la cadena alimenticia, olvidaron la lectura, y todos retornaron felices a sus guaridas a esperar ver pasar su comida y a idearse la manera más tierna de capturarla.

Sólo un mono entendió la lección, y en una gran fogata volvió cenizas los miles de pancartas que todos los animales habían escrito para la ocasión.

Y entonces, el hombre en su magra sabiduría, no aprendió de los animales.

No hay comentarios.: