martes, marzo 02, 2004

HABEMUS ALCALDE

Hay fausto en el cielo, porque finalmente un alcalde decidió preocuparse por los pobres. Sí, Lucho, como se llama el personaje de marras, decidió aquella mañana de insomnio, dar su golpe maestro: crear el día de no hambre.

Y sin decírselo a nadie, montó en su bicicleta italiana, y luciendo un precioso buzo adquirido en algún almacén de cadena de cuyo nombre no ha querido acordarse, y una pantaloneta rodillera amarilla, recorrió algunos de los 200 kilómetros de ciclovías que atraviesan y reculan la ciudad, en un ejercicio que solo se compadece con el día sin alientos, y masculló con análisis pedalero, los pro y los contra de la situación.

Ya en el primer kilómetro tenía decidido donde instalaría el gran comedor donde todos los bogotanos sin distingo se encontrarían para entre todos derrotar el hambre, si, porque tenía que ser una derrota sin ganadores ni vencidos, como coreaba su slogan de sindicalista eterno y presidente honorario desde su primera presidencia, cuando aprendió que el poder, así sea el sindical, es para conservarlo hasta que encontramos a alguien muy allegado nuestro que nos permita deambular tranquilamente por Europa. Si, tenía que ser en la plaza de Bolívar, que de ahora en adelante será la plaza de lucho, caramba, así no más, y en minúscula como corresponde a nuestra hambre milenaria.

Al completar los primeros diez kilómetros, le aterraba el menú, no tanto por lo glorioso o millonario ( no podía dejar de pensar en un otrora famoso banquete del millón, donde lo único que tenía de banquete era la banqueta de donde una vez casi se cae cuando desternillado de risa celebraba uno de sus acostumbrados chascarrillos, y que de millonario apenas se dejaba ver a través de obras que con dificultad desarrollaba un sacerdote que se hizo famoso además del mencionado banquete por la tele conferencia oficial diaria denominada el minuto de Dios), sino porque los bogotanos siempre han tenido fama de tener unos menús diversos y divertidos, y esto implicaría un pequeño referendo para poner de acuerdo a todo el mundo en ese sentido.

Antes del kilómetro 20, había decidido magistralmente, que los menús no serían uno sino varios, y que cada uno de ellos constara por lo menos de tres platillos, entre los cuales incluiría un platillo volador ( y no dejó de sonreír por la ocurrencia en los siguientes tres kilómetros, en los cuales saludó entre dientes y sonrisas a los escasos ciclopeatones que se disputaban la ciclorruta a aquellas horas de la madrugada, porque sí señores era de madrugada, que era la única hora en que un burgomaestre podía desplazarse y pensar y sonreír sin temor a ser abordado y acogido y desbordado y atracado, por aquello de que al alcalde alguien lo ronda).

Ya al borde de unicentro, con el sudor empañándole la pantaloneta y estragándole el buzo, con su bicicleta de tres libras sobre el hombro izquierdo, y aprovechando la familia de desplazados del choco que dormían bajo el semáforo de la 127, y que sobrevivían vendiendo mango biche y salpicón en vaso desechable, luego del saludo de rigor, sin apenas respirar, en un santiamén se escanció tres vasos de espeso y recadoso (mucho recado) jugo.

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