sábado, marzo 06, 2004

Un olvido económico

Hoy amanecí con tan pocas ganas de dejar pasar la inquietante tragedia de la economía mundial, que decidí escribir aquello que me lacera el sentido común.

Sí, porque desde que dios decidió echar fuera del paraíso el sentido común, sentimos su ausencia hasta en las labores domésticas más insignificantes. Sí, y dios parece echado del país, del departamento, del municipio, del barrio, y hasta de la casa. Y con dios, el sentido común, y tan mancomunadamente, que llego a creer que una cosa y otra son la misma cosa.

Ya se nos hace un nudo gordiano aceptar que uno más uno son dos, y preferimos remontarnos a teorías tan descabelladas por lo atrofiantes que apretujan estudiosos nuestros sobre estudiosos exteriores, en rimbombantes despliegues matemáticos, que con plena seguridad hubieran enrojecido de pena a José Vicente Gómez, el ex-dictador venezolano, responsable actual de que Venezuela tengan un petróleo propio y pletórico, por la única razón de haber usado el sentido común. Sí, fue capaz de parar una negociación que se fundamentaba en teoremas inentendibles para su filosofía indígena milenaria y que le corcoveaba internamente porque no le cuadraba con la matemática doméstica que le enseñaba que uno más uno fueran definitivamente dos.

Prefirió decir que no, que pararan la cosa, que esperen que no entiendo de qué hablan ustedes, esperen que como que estoy perdiendo el hilo, y mientras consumía un sorbo de café tan negro como el mismo petróleo que negociaba, prefirió destasar su ignorancia y aceptar que lo del tanto por ciento no le sonaba, y que su talante campesino sólo le permitía llegar a entender que el tanto por ciento parece que reemplazó al trueque, pero que su filosofía sólo le condescendía aceptar un barril para usted y un barril para mí, y no se hable más de porcentajes que son palabrejas que desplazan la realidad y con el tiempo serán las responsables de desplazar personas, y pueblos y razas, dejen eso por dios, que lo del porcentaje suena a diablo.

Y en esta globalidad, estamos en una babel inentendible, que para resolver el problema siempre necesitaremos un técnico, o un sabio, o mejor un graduado en Harvard, para que su interpretación nos sirva de aliciente y de ejemplo, mientras en sus alforjas cargan con todos nuestros pesitos tan trabajosamente conseguidos.

Se perdió la cultura económica ancestral, y bebemos destragadamente la que nos venden desde afuera, porque la miramos como lo in, lo que mandan los cánones, la que matemáticamente funciona, pero que desconoce la interioridad del país nuestro tan mixto por la convivencia de pensamientos tan disímiles y tan frustrantes y con tantos intereses subyugándose mutuamente, que antes la economía no presenta un destrozo de peores realidades.

La economía campesina milenaria nos enseñó que si un campo produce cien pesos de los cuales cincuenta fueron de inversión que hay que pagar, entonces solo podemos contar con cincuenta pesos de utilidad con lo cual pagar arriendos y alimentos y sueldos, y solo lo restante podía llegar a recibir el nombre de réditos, que ahora sí podrían utilizarse para nuevos aspavientos económicos. De no ser así, esa microeconomía no puede llegar a conformar la brizna que con briznas y más briznas llega a organizar ese gran árbol que todos nos enseñan a través de la televisión y de la radio, y que en la condición actual es más de boom, como aquel otro, que de verdad, y que como en la fábula de la Biblia está tan elevado y tan feraz y tan florido que perdemos la escala y la realidad, y por sobre sus ramas de magnitud galáctica no vemos su profundidad, y sólo apreciamos el horizonte, el nuevo horizonte, el que está al frente, y perdemos con tanta sapiencia la dimensión real, la única, la de la altura, porque olvidamos que ese mismo árbol de la economía no puede subsistir mientras su única dimensión no exista: la altura, y la altura es su tronco.

Por dios, se perdió el tronco, desapareció con tanto juego matemático, volamos con una economía de juego de casino, y partió hacia una luna cercana lo único que nos quedaba de realidad: el sentido común.

Se nos olvidó mirar para atrás, con el cuentito de Sodoma y Gomorra, y con nuestros adelantos tecnológicos ahora también se nos está olvidando mirar hacia abajo para que podamos entender, y que entiendan nuestros Hommes famosos, que la economía no existe porque fue una farsa dialéctica que creamos con nuestra inteligencia y que nos estamos comiendo el cuento de que avanzamos (?) y nuestra fantasía cubrió nuestra realidad y se nos olvidó como fue que empezó el cuento por nuestra malhadada costumbre de estar botando al caneco de la basura la primera parte de todas las cosas.

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