viernes, mayo 21, 2004

Una Ocurrencia de libro


Hoy, en razón a mi trabajo, me vi obligado a asistir a una diligencia de querella, que entre otras cosas tenía de querella, que unos propietarios se quejaban de otros porque simplemente no dejaban dormir.

Y las querellas se instauran como un mecanismo de defensa creado por el hombre para defender los derechos que han sido vulnerados, y que el famoso mecanismo permite o intenta restaurar.

Y en la santa paz que imparte la querella, pareciera como muy oportuna para el caso que me atrajo esta mañana.

Y hacer ruido parece que es uno de nuestras cualidades mejor desarrolladas, que se bate hombro a hombro con aquella otra: hacer basura.

Y pasamos tranquilamente, de una en otra: de hacer ruido a hacer basura, o de hacer basura a hacer ruido. Casi podíamos definirnos como unos animales racionales que ruidosamente hacemos basura, o si lo prefieren, unos basuriegos ruidosamente racionales. Y lo de racionales se lo colgué como remoquete de artificio, porque se pierde la racionalidad cuando demolemos contra nosotros mismos.

Y la dichosa diligencia, que enfrentaba grupos de hombres que tenían razones encontradas, miradas independientemente cada una de las razones, daba la razón a cada una de las partes, porque entre otras cosas, los unos alegaban que el ruido de los otros no los dejaba dormir en las noches, y los otros alegaban que su sustento provenía precisamente del arte de hacer ruido en las noches.

Sí, los grupos enfrentados eran: una comunidad en propiedad horizontal correspondiente a un edificio de apartamentos destinado a vivienda exclusivamente, y el otro grupo, un grupo de trabajo que manejaba una discoteca bar, que diariamente y sin descanso llevaba diversión lúdica a grupos de ciudadanos que por escandalosas sumas de dinero se sometían a bailoteos y consumos de licor hasta entradas las horas de la zanahoria. Sin embargo, tampoco iban más allá, y respetaban los horarios establecidos por el gobierno para pecar haciendo ruido, o hacer ruido pecando, o las dos, ya ni se sabe quien fue primero.

Dirán ustedes, pero la discoteca tenía licencia para hacer ruido ? Ríanse de la disputa equilibrada, pero si contaba con la licencia. Urbanísticamente cumplía con la licencia de construcción ? Regocíjense, que sí la cumplía. Entonces que hacer señor perito ? Ahí si como en el otro cuento, a correr, a correr.

¿Tenían razón igualmente los copropietarios residentes en el edificio vecino ? Sí, y a fe que la tenían grandemente, y contaron con mi apoyo secreto inconsciente aún antes que el Sr. Inspector iniciara el tramite de la querella en algo que denominan ampulosamente: audiencia pública. Sí, y ustedes secretamente también estarán de acuerdo conmigo: cómo darle la razón a un gremio que imparte ruido y vagancia y pecado y de noche ?

Luego de oír las razones y las sinrazones de las partes, unas entusiastamente, mientras otras con cara de haber dormido poco, y ante la perplejidad de un inspector metido entre las tablas de usar el poder para decidir, llegó a la aritmética decisión que las partes tenían la razón, y que mirada la situación dentro de su forma simple de mirar el mundo, las dos partes tenían la razón: la ley los protegía a los dos, y el desequilibrio que debía introducir la justicia para equilibrar el desequilibrio no lo podía ejercer su poder de inspector, poder ubicado en el primer escalón de una justicia que tiene como mil escalones.

Hasta un experto del insomnio que igualmente era residente en el edificio en querella, asistía a la audiencia con un cara de sueño tan grande que me vi precisado a recomendarle un tinto bien cargado.

Y no vayan a creer que mi capacidad de negociación solo se limitaba a hacer acto de presencia, y a oír y hacer ruido y a ganarme los honorarios de la actuación sin ni lo uno ni lo otro, no, estaba allí para convertirme en los ojos de la justicia, en el experto que podía con mis luces iluminar el ruidoso camino que las partes cumplidamente distendían y desglosaban a veces groseramente.

Y en el paroxismo de la audiencia, cuando ya las partes miraban para el techo en lugar del cielo como dicen los libros sagrados, el inspector con el alma en vilo me soltó la frase hecha como para salvar el mundo: Y a todas estas ingeniero, qué se le ocurre ?

Y no podía defraudar a un grupo de personas que casi por su innumero parecían una multitud, que con el corazón en la mano intentaban aplacar su ruido, no fuera a hacer parte de la demanda, y esperaban en un silencio casi sepulcral, casi el mismo que una de las partes solicitaba con urgencia, las palabras de ruido de una persona que ubicada por encima del bien y del mal debía tener la solución.

Hable ingeniero, por favor hable, pero sáquenos esta chicharra que ruidosa nos asola la tranquilidad y la paciencia……, alcancé a oírles musitar a unos cuantos residentes medio dormidos aún por el ruido que producen las audiencias públicas, y que no dejan que los asistentes duerman placidamente.

Y hablé, y expresé inicialmente mi complacencia por haber optado por la justicia como mecanismo de justicia, y hablé de la razón que técnicamente le correspondía a cada una de las partes, y hablé y me alargué hasta que ya el tiempo no permitía más, y ante una audiencia que esperaba adormilada una solución, espeté la más ocurrente que solucionaba la querella: que los señores de la discoteca, a partir de la fecha, doten a sus clientes de WALKMANS, que conectados inalambricamente ( cordless ) aun equipo principal dé el ruido suficiente a los usuarios de la discoteca y produzca el mejor silencio del mundo para los vecinos residentes.

Sí, señores, aceptado por todo el mundo asistente despierto y dormido, y a partir de la fecha, los señores querellantes se saludan amablemente, y recuerdan la querella como una anécdota vieja de cuento que narran y narraran a su descendencia.

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